Mary Celeste (parte 1)

La costa se retorcía a 50 millas de distancia. Se retorcía, caracoleaba, se lanzaba en picado, extendía sus alas, experimentaba con su primer vuelo como experimenta un niño cuando estrena un juguete y se le llena el estómago de cosquillas.

La sombra del Dei Gloria corría completamente pegada a la superficie marina, difuminada por la piel oleaginosa del Océano Atlántico, con la vida propia de una sábana agitada por el aire, repleta de ese olor propio con el que el salitre llena los pulmones de los marinos. La sombra de esta imponente bric-goleta anciana, curtida, bañada por todos los mares conocidos, rocosa e incombustible, rasgaba la piel escamosa de las aguas que nos permitían tambalearnos entre sus manos.

Sesenta días de travesía son un trago difícil. Sesenta días alejado del hogar, de la familia, de la cerveza y la cantina, de las caderas de Linda contoneándose muy pegaditas a mis rodillas. Sesenta días con el estómago del revés, acunados por el movimiento pendular de la barriga de la tierra, oliendo mal, comiendo mal, bebiendo mal, soñando mal con el final de la travesía, con el regreso a casa, con las caderas de Linda, con los ojos de mi mujer, las risas de los niños jugueteando entre las gallinas.

De no ser por la fuertísima surada que nos sorprendió nada más perfilar el cabo de San Vicente, habríamos amarrado en Sines por lo menos ocho jornadas antes. Las mismas ocho jornadas que estuvimos cobijados dentro de la protección natural de Porto de Sagres, para lo que nos vimos obligados a retroceder el trayecto de una jornada entera.Para cuando conseguimos resguardarnos del viento, la vela mayor estaba completamente desgarrada, y la cangreja había desaparecido por completo. Los hombres estaban desinflados, y la desconfianza se hacía fuerte en todos ellos.

Veinte pieles de vaca de las que transportábamos para los curtidores de Sines fueron suficiente moneda de cambio para que un ejército de mujeres se pusieran a recomponernos las velas dañadas, y aceptaran llenararnos la cubierta durante la noche de un fuerte olor a sexo femenino con una capacidad amnésica mucho más potente que el alcohol. A mis hombres ya no les importaba estar un día más-un día menos en aquellas aguas de Dios. Es posible incluso que alguno de ellos rezara para que el viento del sur nunca dejara de soplar con esa fuerza. 

Continuará…

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3 comentarios en “Mary Celeste (parte 1)”

  1. botón Says:

    Te sigo.
    Promete.
    😉

  2. sonámbula Says:

    La dura vida en el mar se hace más llevadera con el viento sur. Veamos de ahora en adelante qué les depara el destino…

  3. Carlos Says:

    ¿Poesia en prosa?.Puede que fuera ese el eslabón que te faltaba para hablarle al mundo de hoy.


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